Stradivarius de Chamberí
Aún estoy atónita. Atravesando una calle del castizo barrio de Chamberí, me tropiezo con la siguiente escena: De frente a mí, por la misma acera, una mujer de mediana edad y visiblemente buena posición, camina en compañía de sus hijos pequeños. A un lado de la calle, próximo ya a la carretera y fuera de la hilera que forman las farolas y el resto de los ejemplares de su especie, sale a nuestro encuentro un majestuoso gigante callejero: Un árbol frondoso, inmenso, de los que, emulando las poses de los aguerridos activistas de Green Peace, dan irremediablemente ganas de abrazar. Un árbol espléndido, con la corteza surcada de años de paciente e inmóvil existencia contemplativa y cuyas raíces sinuosas, lejos de contentarse con el mísero cuadrilátero que, libre de adoquines, les ha sido pulcramente asignado, se extienden con deliciosa rebeldía, conquistando el espacio que antaño les perteneciera -pues él, el árbol con sus raíces, estaba ahí antes que nosotros, antes que los ad