Los Domingos al Sol

Los domingos soleados hacen maravillas…
Hoy, que la palabra crisis es invitada de honor en sobremesas, convites y telediarios; hoy que, a nuestros casi 30 años, somos demasiado mayores para fantasear con un futuro intacto salpicado de esperanzadores “todavías”, pero demasiado jóvenes para confortarnos pronunciando el resignado adverbio “ya”, propio de quien cree haber luchado lo suficiente; hoy que los mismos hombres grises que atormentaban a Michel Ende se han instalado en nuestras ciudades y van llenando, discreta pero inexorablemente, sus despensas con nuestro tiempo; hoy que cualquier gesto de rebeldía o inconformismo es sepultado bajo la hegemonía incontestable de las leyes de la economía y el mercado; hoy, que hay más mercaderes de sueños que soñadores con dinero para comprarlos… Hoy, sin embargo, es domingo, luce el sol y, tumbados bajo las ramas de un árbol cualquiera del Retiro, la felicidad parece algo inevitable.
 
Lo más curioso es que este dulce aguijonazo no parece limitarse a nosotros, sino que se ha extendido entre toda la gente que hoy abarrota el parque, alcanzando dimensiones epidémicas: Parejas sonrientes que pasean cogidas de la mano, adolescentes patinadores exhibiendo sus habilidades con la radiante insolencia que dan los 16 años, niños que juegan y corretean, ajenos a los males con los que los adultos han infestado el que va a ser su mundo….
A ratos me parece estar contemplando una escena insultantemente naïf, como las de los dibujos que ilustran los libros infantiles… Tú yo y el perro… podríamos ser esa joven pareja que pasea a un precioso y cívico chucho en “Teo en el parque”, ¡o dos parisinos de pic-nic sacados de entre las páginas de “El Pequeño Nicolás”!

Y, sintiéndome ahora parte de la escena, se me ocurre que este sentimiento de felicidad compartida tiene necesariamente algo de primario, de primitivo, de gregario… Y es que los humanitos tendemos inconscientemente a la imitación y, para lo bueno y para lo malo, no podemos evitar contagiarnos del “état d´âme” (literalmente, estado del alma, -mucho más poética la expresión de nuestros vecinos franceses que nuestro “estado de ánimo”-) de la manada.

Hoy es domingo, hace sol y el alma de la manada sonríe. Mientras, tumbadas al sol, tres pequeñas almas (las de dos humanos y un galgo) supervivientes, cada una a su manera, de algún que otro naufragio, se obstinan, pese a todo, en ser felices. Y parece que lo consiguen.


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