El Tiempo en Maletines Grises

Nos roban el tiempo. ¿No lo habéis notado? En pequeñas dosis, sólo un poco cada vez -para que no nos demos cuenta-, pero un día tras otro, indefectiblemente. Nos roban unas cuántas páginas de un libro, el placer de sentir unos segundos más la tibieza del sol cada mañana, un sorbo del café del desayuno, los compases finales de la canción del chelista de la calle Arenal, el último beso antes de una despedida. Nos roban todo eso y se lo llevan en sus maletines grises.
Voy en un metro que aunque nunca espera cuando soy yo quien va en su busca, permanece después, sin embargo, largo tiempo detenido en cada estación, aletargado e inmóvil, como un animal inquietante instantes antes de dar caza a su presa. Nadie sube, nadie baja, nadie ni nada se mueve. Habito en una Pompeya de plástico, artificialmente iluminada, donde mis congéneres -sus cuerpos, sus caras, sus manos- ya no son más que instantes detenidos, una radiografía fósil de un aquí-y-un-ahora atrapados bajo un manto de lava. Levanto los ojos de las páginas de mi libro, primero de forma fugaz, luego desvergonzadamente. Les dirijo miradas suplicantes -a la mujer fosilizada que dormita, al hombre con su i-phone petrificado, a la adolescente de piedra con sus apuntes en la mano-...sin éxito. Los minutos y los segundos parecen resbalar por sus cuerpos -duros, hieráticos y fríos- como por un interminable tobogán. Cierro el libro, me revuelvo en mi asiento, miro el reloj -que avanza imparable pese a que el mundo parezca haberse detenido aquí abajo-, resoplo, lo vuelvo a mirar. Me dan ganas de gritar, de zarandearlos, de despertarlos -¿No os dais cuenta? ¡el tiempo! ¡nos lo están robando!-, pero sé que es inútil. Porque estoy en metro-Pompeya, rodeada de fósiles. Y porque los fósiles no pueden ya sentir el tiempo -que transcurre sin pausa, que se va... que se está yendo... que se fue-.


Decido levantarme y caminar desafiante hacia la cabina del conductor... quizá allí alguien me vea ... o quizá, al menos, las cámaras de video registren mis movimientos de humano-no-fósil, mi indignación paseada por los vagones de este gran gusano de las profundidades, rodeada de silencio y piedras. ¿Me estarán viendo ellos? ¿Dónde estarán escondidos? ¿Se habrán dado cuenta de que lo sé? De que sé que nos lo están robando. El tiempo. En pequeñas dosis, sólo un poco cada vez pero un día tras otro, indefectiblemente. Escucho un pitido -quizá sí me han visto-, el motor se pone en marcha -he logrado preocuparles, ¡al menos de ahora en adelante tendrán que disimular!- y por fin nos movemos de nuevo. La mujer se ha despertado de golpe con la música del i-phone de su vecino de asiento, mientras la adolescente pasa con un suspiro la página de su cuaderno de apuntes. Y aunque un poco más corta y un poco más injusta, la vida continúa.
Pero yo lo sé, y quiero gritarlo bien fuerte porque si saben que muchos lo saben, entonces tendrán que dejar de hacerlo. ¡Nos roban el tiempo y se lo llevan en sus maletines grises! En pequeñas dosis, sólo un poco cada vez pero un día tras otro... ¿indefectiblemente?




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