"Searching for Sugar Man": Cuando el éxito, como el cartero, llama dos veces.

Hasta hace no tantos años, el mundo era un armario bien ordenado, donde cada cosa tenía su percha, su balda, su cajón. Ahora que Internet ha ido poco a poco, como una polilla paciente y  aplicada, desintegrando cada estante hasta formar un espacio único y diáfano, la ropa planetaria está toda revuelta y se nos permiten looks y combinaciones imposibles -una falda de aquí con un chaleco de allá, o el último modelo de New Balance con el vestido hippy de flores de tu madre-. Sólo en el contexto de estos tiempos de cambio, de tránsito desde la compartimentación al afortunado revoltijo, y gracias, también, a una sed universal de buenas historias, ha podido llegar hasta nosotros el documental “Searching for Sugar Man”. O lo que es lo mismo, la historia de Sixto Rodriguez: una crónica del éxito que iba a ser y no fue… o del que ya estaba destinado a no ser y, asombrosamente fue. El colmo de la relatividad.  

Sixto Rodriguez, hijo de un matrimonio mexicano que emigró a EEUU en busca de trabajo, fue un niño de carácter introvertido y misterioso que vagaba por las calles del Detroit de los 50. Pero también fue, años después, una joven promesa en cuyo raro talento confió un día una gran compañía discográfica y cuyo rostro parecía destinado a inundar revistas y camisetas de adolescentes, a ser un producto más de esa gran fábrica de ídolos que ha sido siempre la industria de la música. Sin embargo, el mismo tipo al que se le prometía el goce de las extasiantes mieles del éxito, se vio obligado, apenas unos años más tarde y con dos discos fracasados bajo el brazo, a volver a poner ladrillos en su decadente ciudad natal. Y mientras Rodriguez continuaba con su vida, una existencia humilde y anónima, alejado por completo de la música y con la billetera y la autoestima bajo mínimos, al otro lado del mundo -en Sudáfrica-, sus canciones se convertían en un símbolo de cambio y en el himno de toda una generación.  Rodriguez, sin saberlo, traspasó con su música una inmensa e improbable barrera geográfica. Pero al mismo tiempo esa barrera lo atrapó a él, pues fueron sus canciones y su personaje quienes dieron el salto, mientras que, como los habitantes del Berlín dividido, Sixto -el hombre, el ser humano- quedó prisionero e incomunicado al otro lado del muro.


En la aldea global en la que nos ha tocado habitar, quedan ya -afortunadamente- pocos muros. Y, sin embargo, es precisamente ahora, en esta era en la que traspasar fronteras ha dejado de ser noticia, cuando Rodriguez ha logrado dar su mayor golpe de efecto. “Searching for Sugar Man” -Óscar y éxito de taquilla y crítica aparte- ha ayudado a Rodriguez a derribar una barrera más poderosa que las que separan países: la del paso del tiempo, la del olvido. Con su voz serena y sus historias construidas con personajes que forman parte de nuestro ADN colectivo -los vendedores de dioses de “Sugar Man” o de “Crucify your Mind”, el eterno perdedor que se confiesa, no sin cierta ironía, desde “Cause”-, y que apelan a sentimientos universales como el miedo a ser libres -“Can´t get away”-, el peso de las cadenas de lo establecido -“The Establishment Blues”- o esa curiosidad natural, sin pelos en la lengua, por aquello que esconden los demás -"I wonder"-, Rodriguez nos sigue resultando sugerente. Otra barrera, esta vez la que separa el pasado (lo viejo) y el presente (la tendencia, lo cool) se ha rendido a los encantos de las seductoras mercancías de este “hombre del azúcar”. Primerísima calidad… ahora de vuelta.
Cuando de pequeña veía por la tele algún partido de baloncesto -en los que, como todos sabemos, el marcador puede cambiar de manera drástica en apenas un par de minutos-, siempre me asaltaba el pensamiento de que este deporte era tremendamente injusto, pues tenía la inevitable sensación de que el que ganara un equipo u otro sólo dependía del momento en que el árbitro decidía pitar el final. Y ahora, pensándolo bien, creo que el éxito se parece un poco al baloncesto…
Afortunadamente, el silbato final parece no haber sonado aún para Rodriguez.

Comentarios

  1. Me encanta el símil baloncestístico. La vida en sí es como un partido de baloncesto (de básket, como se dice ahora), no sólo el éxito. Me pasa con tus textos, que a veces no me interesa demasiado el tema pero siempre encuentro alguna perla que los hacen siempre altamente recomendables.
    Esperando ya el siguiente blog.
    K

    ResponderEliminar
  2. Hola Violeta me gusta leer tus blogs, cada día son más naturales y dices cosas complejas de manera sencilla. Sigue entrenando y ganarás el partido de básket en que tú misma te has metido con la creación literaria como contrincante.
    Fernando.

    ResponderEliminar
  3. Hola Viole, como siempre, sigo disfrutando con cada nuevo blog un poquito más que con el anterior. Sigues mejorando con cada uno de ellos y además tratando temas de lo más diverso. Este me gusta especialmente, por dar a conocer a este "personaje" tan peculiar y que conoce muy poca gente. Como sigas así, dentro de poco te pediremos un blog cada día.
    Eduardo

    ResponderEliminar
  4. Muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios. Son (sois) mi gasolina para continuar.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La tía Paquita

Sunny Hill

Europa: el rapto del relato.