Feminidad de vestuario

Aunque reconozco ser, en esencia, un animal terrestre, últimamente estoy dejándome seducir por los encantos ingrávidos de la natación -tan buena para todo, según parece-.

Para ponerle un poco de chispa a la cosa, cada vez que preparo la mochila pienso en esa escena tan intensa de la película "Azul", en la que una atormentada Juliette Binoche trata de alejar sus fantasmas sumergiéndose en las aguas añiles de una piscina de invierno. Había algo de perturbador, de axfisiante, en la imagen de esa mujer que se aferra a la vida a través del movimiento. Una brazada, otra... no pienso, sólo avanzo. Nado, luego resisto. El agua en la que se introduce, casi desnuda, deja al descubierto su fragilidad, su tragedia, pero a la vez le infunde una especie de fuerza sanadora. El azul, siempre al rescate de la protagonista.



Las piscinas madrileñas tienen poco que ver con las que Kievsloski imaginaba para su personaje. Son luminosas, alegres y bulliciosas. Incluso en algunas, como la de la C/ Farmacia -mi favorita-, puedes ver los atardeceres rosas que nos regala este comienzo del otoño y sentirte como un gato sin miedo al agua por los tejados de Madrid.



Pero lo que más me gusta de esta piscina urbana es el vestuario femenino. Entrar en él es respirar de inmediato, entre los aromas a champús, cremas y demás potingues, una especie de camaradería animal. Dentro, las mujeres se desnudan, se lavan, se peinan y se visten. Pero lo hacen como lo hacemos las mujeres normales, no como esas maniquíes que posan con calculado erotismo y boca entreabierta en los anuncios de perfume.



En la humedad de los vestuarios, las mujeres se mueven con una eficacia exenta de coquetería. Veo a mi alrededor gestos enérgicos, útiles y precisos. Recios cepillados de pelo, maniobras de secado eficientes y desinhibidas, toallas de microfibra del Decathlon. Una chica desnuda, excepto por unas chanclas y la toalla-turbante que se ha puesto en la cabeza, escribe un whatsap. Otra se desabrocha, con una mano, el sujetador, mientras con la otra trata de doblar la blusa que acaba de quitarse. Una señora se extiende descuidadamete crema en los brazos mientras charla con su compañera de aquagym. No hay movimientos sexies. No hay rituales de cortejo. No hay ni pizca de erotismo.

Me gusta el vestuario femenino porque veo, mostrados sin tapujos, cuerpos reales de mujeres reales. Porque no se ocultan las cicatrices que la aventura, el paso del tiempo, o una maternidad reciente, han dejado en ellos. Porque hay pelos en la ducha (los que echaba de menos Kiko Veneno "Echo de menos. Kiko Veneno"), porque hay gestos prácticos, precisos y sinceros. Porque hay verdad, muchísima verdad. Y porque esa verdad es, también, parte de nuestra condición de mujeres, de nuestra feminidad. Querámonos así también. Quiéranos así también.


Comentarios

  1. Años después es una grata sorpresa encontrarte por la red y comprobar que sigue usted escribiendo maravillosamente... ¡Un beso enorme Srta. Arnaiz! ;)

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