Bebé de verano

Ext. Día. Piscina.

Hace calor en esta mañana de principios de agosto, pero tú duermes a salvo del sol, con tu sombrero, la camiseta de Nemo factor ultravioleta y embadurnada de crema del 50. Qué fácil parece ahora protegerte de todo mal, ahora que respiras tranquilamente a nuestro lado, la libertad aún sin estrenar. Acaricio esas piernecillas sonrosadas, mi mano contra tu piel tan suave, mis dedos delgados surcando tu cuerpo regordete, limpio de toda mácula, dispuesto con inocente sencillez para la vida. 

Te toco y te siento tan nueva... Una cabecita aún sin pelo, dejando entrever la fontanela palpitante -"hay una grieta en todo, así es como entra la luz"(*)-; los tobillos rechonchos, todavía inservibles, esa sonrisa espontánea y desdentada, las manos, recién descubiertas, moviéndose gráciles y lentas como bailarinas, tu delicada desnudez expuesta al mundo... Te siento tan nueva que mis 34 años se desploman pesadamente sobre mí y quedo convertida en un dinosaurio grande y pesado, lleno de arrugas, cicatrices e imperfecciones.

Mamá dinosaurio quiere darse un baño antes de que despiertes, desperezar los músculos en el agua fresca. Encima de mí, el cielo azul radiante de agosto, debajo, el fondo turquesa de la piscina. Los colores son tan vibrantes que me parece estar nadando en un cuadro de David Hockney, como aquellos que tu padre y yo vimos en París cuando aún no existías y caminábamos sin obstáculos -cochecitos, capazos...- por las aparatosas estructuras del Pompidou.

"A bigger splash", de David Hockney


Pero hoy sí existes, y duermes plácidamente mientras, a pocos metros, yo pienso en tí, sumergida sin apenas gravedad en un cuadro de Hockney. ¡Qué instante tan perfecto, qué estremecimiento de felicidad subacuática! Clic. Lo registro e inmortalizó con mi Polaroid mental, con plena conciencia de estar ante uno de esos momentos con los que se escriben las vidas. Un estallido de alegría en alfabeto Braille, un átomo invisible del polvo de estrella en el que, inevitablemente, me convertiré algún día.

Int. Día. Salón.

La luz de la tarde se cuela en el salón, desafiando la barrera levantada por nuestras pesadas persianas de madera. Entre todos los ruidos de la casa resuena tu risa, tan limpia, enmarcada por los hoyuelos que se te forman en las mejillas. Te observo revolotear en una alfombra mullida que hemos puesto sobre el suelo para que juegues. ¡Qué ganas de levantarte, de gatear, de experimentar todo lo que te ofrece el mundo! ¡Qué inmenso y visceral tu apego a la vida! Pienso en todo el poder que concentra tu cuerpo tan pequeño. La felicidad que eres capaz de generar, el tsunami que provocas en los que estamos cerca. Sobre mi, por ejemplo, has lanzado un hechizo potentísimo, un encantamiento que me ha transformado en un ser contradictorio, fuerte y vulnerable al mismo tiempo.

Fuerte por haberte tenido nueve meses dentro, por haberte parido (con menos dolor del pronosticado en el Genesis, eso sí), porque desde el momento en que, ensangrentada aun, nada más nacer, buscaste mi calor y mi pecho, me comprometí a cuidarte, alimentarte y protegerte.

Me convertiste en una madre y nada hay más infatigable, más tenaz, ni más poderoso. Soy la mamá dinosaurio, la mamá pulga, la mamá tigre que, como en las deliciosas canciones de Nina Persson (What if...), cuida de su cachorro con todas las armas que la naturaleza pone a su alcance. No importa si es pequeña o grande, lenta o veloz, o si tiene o no peligrosas zarpas o afilados colmillos. No importa, porque la fuerza de las madres reside en el amor, y no hay ninguno más grande ni más puro que el suyo.




Pero, aunque no te lo diga (¡es un secreto!), a veces me siento también tan frágil... Porque ahora se me aparecen, cerniéndose sobre ti y aumentados con la precisión de una lupa gigante, todos los males que acechan al mundo. Pienso en filos, en plomos, en cristales, en manos sucias y violentas sobre tu cuerpo blando. En la crueldad de las mentes cerriles, envidiosas o enfermas, en virus, en tifones... pienso en todos los desastres que nos enviaron los dioses -oh, desdichados mortales- y el terror que me recorre por dentro al imaginarte víctima de alguno se me adhiere a la piel como un ungüento pegajoso e indeleble. Pero esa sustancia (el temor al dolor de tus crías, a su sufrimiento, a la pérdida) que por un lado me reblandece la piel, por el otro me emparenta con todas las hembras del mundo en una cadena infinita de compasión y hermanamiento. La fraternidad de las lobas, consuelo primigenio.

Sigues reptando, incansable, por la alfombra. Yergues la cabeza para mirarnos y sonríes, pero los bracitos, aún demasiado tiernos, no te sostienen mucho tiempo y caes. ¡Sigue intentándolo, cariño! En nuestra fragilidad está nuestra fuerza.

Int. Noche. Dormitorio.

A.t. (antes de ti) las noches eran como una madriguera tibia y algodonosa en la que uno se sumergía y anidaba cómodamente hasta llegar el día. D.t. no existen ya, para mi, madrigueras. Paso la noche a la intemperie, convertida en una super-heroína zombi que patrulla incansable tu sueño, tu hambre, tus pesadillas. Pero la naturaleza es sabia, y los desvelos quedan compensados por el placer de sentirte conectada a la vida a través de mi. Antes, unidas por el cordón umbilical, ahora por el pecho, que en la oscuridad de la noche buscas a tientas como un animalito tierno y perfumado. Qué magia la de ese hilo blanco, mundano, denostado incluso, que sin embargo nos construye, célula a célula, estrella a estrella -la vía láctea de Hera-.

"El nacimiento de la vía láctea". Rubens.


Te he alimentado en parques, playas, cafeterías, terrazas de bares, coches, ¡hasta en un probador! Qué más da donde estemos, si al contacto tibio con la leche me aprietas la mano y cierras los ojos... si, a tus poquísimos meses, mi pecho es aún tu casa, tu refugio, tu hogar.

A veces te despiertas de madrugada y, pese a las nanas y abrazos, ya no quieres volver a dormirte. Entonces ya no somos la super heroína y el bebé, sino dos felinas de pupilas brillantes en la noche estrellada. "Pequeeeño jaguaaar de la noooche, rompiste toooodos mis espeeejos" (**) te canto muy bajito para no despertar al papá humano, que duerme al otro lado de la cama. Mis espejos no están rotos, como los de Xoel. Quiza sí algo embrujados porque ahora, a través de ellos, solo te veo a ti, bebé de verano. 

Epílogo.

Dice tu abuelo que, en realidad, los años más tiernos de nuestra infancia no son del todo nuestros, porque somos incapaces de recordarlos. Los depositamos en los adultos que fueron testigos de ese tiempo mágico. Si es así, estás lineas no son el regalo que quería hacerte, solo la devolución del tesoro que un día me prestaste, pero que solo a ti te pertenece.




(*) "There is a crack in everything, that's how the light gets in". Extracto de "Anthem", de Leonard Cohen.

(**) "Jaguar" del álbum "Sueños y Pan" de Xoel López. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

La tía Paquita

Europa: el rapto del relato.

Sunny Hill