La flor que siempre quise en mi jardín

Solo tiene un año y medio pero su cuerpo es fuerte y su naturaleza poderosa. 

 Por las noches, en la cama, se tumba sobre mí, su cabeza en mi pecho, cada centímetro de su cuerpo pegado al mío. Tiene un chupete fluorescente que le compré en una farmacia, y siento una ternura inmensa cuando, en la oscuridad de la habitación, lo veo subir y bajar, con ese gesto de succión tan característico de los lactantes. La luz de la inocencia guiándome en la noche. 

 Pero ni en ese desvalimiento del sueño pierde su fuerza. Está siempre alerta, como un animal. Es astuta, primaria, instintiva. A veces ese instinto se confunde con arrojo y otras con cobardía. Su valentía es la del gorrión que salta de la rama una y otra vez, hasta aprender a batir las alas. La del león que pelea cuerpo a cuerpo con su hermano, como aprendizaje de las guerras que les tocará librar. Sus miedos, los que le dicta su sabiduría prehistórica: insectos, ruidos agresivos, animales grandes... todo lo que pueda hacer peligrar su existencia. 

 Usa el lenguaje de forma acorde con su personalidad: es práctica, concreta, rotunda. Nos llama a voces por la casa, como un pastor a sus ovejas. Construye pequeñas frases, algunas imperativas (“ame tetita”) y otras descriptivas (“el nene se cae”), cosa que, por cierto (que todo se caiga) le perturba enormemente. Donde la palabra no llega, llega su instinto. A veces viene hacia mí, me coge el dedo y lo lleva a algún sitio (las encías, que le duelen, el piececillo, donde se le ha colado arena del parque). Siempre consigue transmitir el mensaje. 

Cuando tiene sed bebe sin respirar y luego grita “¡ahhhhh!”. Adora comer, cantar y bailar. Sabe en qué parte de la cocina está todo que le gusta. Se aposta allí y lo pide, gritando su nombre una y otra vez, en actitud de manifestante (¡obúúú, obúúú, obúúú! -yogur-, frente al frigorífico; ¡yalleeeta, yalleeeta, yalleeeta! -galleta- bajo la balda con las cosas del desayuno). 

Es sociable y generosa. Lo primero que hace al levantarse es pasar lista a todos los habitantes de la casa: mamá, papá, Nonor (pronunciado con una “o” muy redondita, a juego con su cara y su boca). Nonor: su hermana, su musa, su presa, su inspiración.

 Le gusta levantar y mover cosas pesadas: una silla, una mesa, un taburete. Las carga y, haciendo una gran exhibición de fuerza, las trae y las deja junto a mí, como un gato entregando sus trofeos de caza. 

 Me da pena que la vida en el centro de Madrid la civilice sin remedio y a veces fantaseo con llevársela una temporada a una familia de montañeros, boyscouts, granjeros o levantadores de piedras vizcaínos. Algo más acorde con su temperamento. 

 Pero en esta casa, entre tanta ley, tanta abstracción y tantos mundos interiores necesitamos su facilidad para la vida, su espontaneidad, su espíritu libre. Mi Violetita silvestre, la flor que siempre quise en mi jardín 🌸



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